miércoles, 1 de julio de 2009

No Violencia Activa


EL HUMANISMO UNIVERSALISTA COMO RESPUESTA A LA CRISIS DE VIOLENCIA

El interés central del Humanismo Universalista es la superación del dolor y el sufrimiento. En especial, el originado por la violencia personal y social. La esencia de la violencia consiste en que, para satisfacer sus deseos, haciendo uso de la fuerza, unos imponen sus intenciones a otros, yendo en contra del modo en que hubieran querido ser tratados. Guerras, deudas externas, explotación, corrupción, terrorismo, discriminación, fanatismo, manipulación, seducción, sirven para oprimir y lograr que el otro resigne o someta su propia voluntad. En el acto violento, el otro se vuelve un simple objeto de mi intención. Pero al intentar cosificarlo, me deshumanizo.La violencia no ha cesado en la historia y ahora estalla en inédita amenaza global. El planeta no aguanta más, el ser humano tampoco. Y como no encuentra una verdadera salida, se evade con el exceso de trabajo, deporte, sexo, fármacos, droga o alcohol. El diagnóstico final: ansiedad, depresión, pánico, conducta alterada, tensión, estrés y somatización en úlceras, cardiopatías y cánceres. Todos estos males revelan la ausencia de un sentido profundo de vida, de una aspiración mayor y de una utopía personal y socialmente practicable.


Las propuestas tradicionales materialistas o economicistas no han podido resolver una crisis de la que son parte. Ni la dictadura del partido, ni la del mercado, son buenas soluciones. Ambas postergan al ser humano. Si bien es cierto que el capitalismo ha logrado producir una enorme cantidad de riqueza, también lo es que no ha logrado una adecuada distribución de ella. La extrema concentración del dinero y de los medios de producción e información instaura una situación de injusticia originaria, de por sí violenta, en la que se potencian todas las formas de agresión.

¿Qué hacer? El sentido común nos dice que no es bueno continuar por el camino que lleva al despeñadero. El riesgo del holocausto nuclear nunca dejó de estar presente y ahora se reactiva, formando parte de la nueva estrategia preventiva de las superpotencias. El calentamiento global sigue su marcha, alterando climas, provocando catástrofes, derritiendo los cascos polares y los glaciares. La competencia por los recursos naturales es feroz y ellos se explotan sin plena responsabilidad ambiental y humana. La contaminación, la delincuencia y la corrupción son fenómenos universales. Los ciudadanos carecen de verdadera representatividad y poder de decisión. Y el choque de las culturas y civilizaciones es la imagen de futuro que orienta una política basada en una estrategia de guerra militar, económica y psicosocial. Tampoco ha cesado la carrera armamentista convencional, en la que se empeñan absurdamente las naciones, dilapidando recursos que podrían ayudar a resolver buena parte de la crisis acabada de describir en algunos de sus rasgos centrales.¿Quién puede cambiar todo esto? La historia nos enseña que los pueblos bien orientados - si es que se lo proponen - producen los grandes cambios, especialmente si estos resultan vitales para su sobrevivencia. Los humanistas universalistas pensamos que estamos en un momento así y que la crisis, no por dolorosa, deja de ser un desafío y una oportunidad.


Este nuevo humanismo, es reflexivo, coherente y activo. Es una actitud a favor de la vida que pone por delante al ser humano, reconociendo su igualdad y diversidad, desarrollando su conocimiento, afirmando su libertad y repudiando todo tipo de violencia que se ejerza contra él (física, económica, política, racial, religiosa, sicológica o sexual). Se trata de una sensibilidad y una reflexión que puede ser compartida por cualquier persona, independientemente de su ideología o cultura, de ahí lo de humanismo universalista.


En esta visión del mundo, la violencia se percibe como un sistema psicosocial. A la violencia física manifiesta, le corresponde una violencia latente, interior, en la que el miedo, la venganza o la ambición traicionan los más profundos valores. En este nihilismo, los fines materiales, también vinculados entre sí, se imponen por cualquier medio, “legitimándose” después, bajo forma de norma y hábito, como violencia institucionalizada. Para difundir y profundizar el humanismo universalista hemos formado el Movimiento Humanista, que es una red internacional de voluntarios que trabajan en forma no violenta por el desarrollo personal para la transformación social.

Hoy, en un mundo acelerado, interconectado y en crisis, el cambio requiere de la convergencia mundial de una gran cantidad de fuerzas: no importa de dónde venimos, sino adónde vamos, en una perspectiva de reconciliación y reciprocidad (ésta última, dicho sea de paso, muy presente en nuestra cultura andina). En un terremoto no nos importa si el vecino es de derecha o izquierda, ateo o creyente, todos tenemos que ayudarnos para salvarnos. Y esa es la respuesta conjunta que demanda la situación de amenaza física y espiritual en la que se encuentra el mundo hoy.EL ROL DEL CUARTO PODER
Se necesita la colaboración de todos y muy especialmente la de los periodistas. Ellos difunden las noticias, definen la agenda social, influyen en la opinión pública y en la configuración de la sensibilidad generacional. Si ellos no informan sobre los temas cruciales, la opinión pública se vuelve superficial, anecdótica, farandulera. Si no crean espacios de discusión para que los expertos intercambien sus ideas y propongan soluciones a los problemas de la gente, no elevan el nivel de la conciencia colectiva, ni traducen la voluntad de la mayoría social y las nuevas generaciones.
Pero los periodistas no se encuentran actualmente en situación de libertad plena. El ejercicio libre de la profesión se obstaculiza cuando el poder público o privado cierra las radios que difunden opiniones contrarias a las oficiales. O cuando persigue o expulsa a los periodistas que denuncian hechos de contaminación y corrupción o critican abiertamente al sistema o a los gobiernos que lo perpetúan.
La televisión, aparte de promover la violencia, el consumismo y los antivalores, carece del necesario pluralismo ideológico en los espacios de opinión. Aparecer en los medios de comunicación exige mucho dinero y solamente aquel que dispone de un capital importante puede colocar sus contenidos e imágenes.
El sistema trabaja presionando al periodista con pésimos ingresos y escasez de trabajo, al igual que con cualquier otro trabajador. Entonces, el periodista va a estar a la orden de la empresa para la que trabaja o de cualquier cliente que quiera pagar por su silencio o por la expresión interesada de su mensaje.

Los indicadores negativos mencionados (exceso de violencia, consumismo publicitario, silenciamiento de temas cruciales, monopolio ideológico, censura al periodismo independiente, bajos ingresos, escasez de puestos de calidad, compra de mensajes y conciencias) muestran que en el periodismo (así como en otras profesiones) la represión y la corrupción también están presentes.


No se trata de acusar a nadie, sino de comprender los motivos de la acción en un sistema que no deja muchas salidas por estar en gran parte sometido a la dictadura del dinero. No obstante, el periodismo de investigación ha seguido avanzando y ha permitido denunciar el crimen político, económico, ecológico, cultural y moral en el Perú. Es de admirar que, aun en este medio adverso, existan periodistas honestos que también han sido y son víctimas de la violencia.

Necesitamos urgentemente un periodismo que esté a la altura de los tiempos. Tal vez se requiera un cambio de mirada radical que conecte con el sentido original y más noble de una profesión tan cercana a la tragedia cotidiana y tan esencial para la liberación. Hay huellas ejemplares que es necesario retomar y seguir. Y hay anhelos colectivos con los que es imperativo sintonizar.

El lector, el radio escucha, el televidente, exigen una adecuada selección y tratamiento de los temas que les sean vitales; quieren descripciones objetivas de los hechos; necesitan pluralismo en los análisis; anhelan precisión, concisión, sencillez y amenidad en el lenguaje; desean color y gracia en los formatos y la gráfica; claman por un sentido optimista de futuro; y valoran un estilo equilibrado entre la crítica y la propuesta, entre la información y el análisis.